«La familia Franco comienza con toda la producción de huevos de chocolate más de tres meses antes de las Pascuas . Este año, como caen fines de abril arrancaron en enero. Por día llegan a diseñar mil huevos y tienen fama por sus versiones gigantes de más de 20 kilos. La confitería y repostería María Franco es un clásico del barrio de Boedo y sinónimo de buen chocolate . Al igual que los años anteriores, los niños esperan con ansias su taller gratuito de Pascuas en el que cada uno diseña su propio huevo que luego se llevará de regalo.»

El chocolate se está fundiendo a baño María (a no más de 40 grados). Giselle, repostera y la mayor de las hermanas Franco, lo mezcla suavemente y controla que no se le pase de temperatura. Cuando está en su punto justo lo vierte en un bowl y con un pincel de cerdas blancas comienza a pintar un molde transparente (con la distintiva forma de huevo) con el chocolate. Repite la acción con dos o tres capas más. Luego lo deja secar por un rato. Más tarde lo rellena, con variedad de pequeños juguetes y confites de colores, y une las dos partes. Lentamente el huevo va tomando forma.»
Para ellos las Pascuas no son una celebración más. Además del taller, aún conservan la tradición que les enseñaron sus abuelas. El domingo después del almuerzo familiar agarran un huevo de Pascua artesanal y se lo van pasando de mano en mano. Al que se le cae sin querer o lo rompe tiene que lavar los platos. «Saber que cada huevo que nosotros preparamos se va a compartir en la mesa de una familia para mi es mágico»
Giselle Franco, Diario online La Nacion, 2019